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lunes, 28 de febrero de 2011

El cincel en manos del creador

El Artista:

Cuando el cincel hirió por vez primera
el bloque de granito un hondo grito,
lanzó como si fuera carne viva
de aquella roca la partida entraña
Piedad Señor! ¿qué saña, qué furia cruel y loca
te anima contra mi? ¿Por qué me hieres?

En el regazo de mi madre roca yo me hallaba
feliz en mi existencia tranquila y olvidada...
¡feliz en la inconsciencia de mi nada
y nada en lo feliz de mi inconsciencia!
Más hoy, tu hierro en chispas encendido,
¿con qué furor insano arranca trozos de mi pecho herido!
¡aparta! ¡déjame! ¡detén tu mano

¡un golpe! ¡y otro golpe!
¡otro más! ¡otro! ¡y otro! ¡y otro todavía!

El artista callaba y proseguía
Aunque tenía el propio corazón compungido
Por el dolor de aquella piedra que gemía.

Y así, bajo los golpes del cortante cincel,
batido por el mazo, fue abriendo aquel bloque
como si fuera carne palpitante...
A cada golpe, un fúlgido chispazo,
a cada golpe, un grito...
¡un grito y una forma que surgía del bloque de granito!
Martirizada gestación, tormento,
Hecho fecundo por la milagrosa mano
que ora con vigorosa incisión o con leve tocamiento,
iba sacando de la amorfa masa,
conforma a sus designios inspirados,
aquí, un suave contorno, allí un arista...

¡Dolor! ¡Cincel creador en manos del artista!
Y así del bloque aquel surgió una forma
En que alentó la vida
En el pecho de piedra
Pulsó, vivo, caliente, enternecido,
Al fin un corazón...
En los ojos de piedra una caliente lágrima brilló...
¡en los labios de piedra agradecida, reverente, humilde,
tembló por fin la voz!
-Perdóname, Divino Artista del amor y del dolor.
¡perdóname, Señor! ¡Yo no sabía!
El artista callaba y sonreía...

Gonzalo Báez Camargo


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